HOMENAJE DEL ATENEO ESPAÑOL DE MÉXICO

AL IPN Y A SUS MAESTROS DEL EXILIO[1]

Dra. Yoloxóchitl Bustamante Díez[2]

 

Creo que muchos de los puntos que voy a mencionar, ya han sido mencionados y los seguiremos mencionando. Pero quiero decirles algo, yo cursé cinco años de una carrera de ingeniería bioquímica, en los cinco años tuve maestros de este grupo del exilio español, de tal manera que me considero enormemente beneficiada y beneficiaria de la sabiduría y de la calidez y de la inteligencia de todos aquellos hombres y mujeres que hicieron un impacto fundamental en mi vida. Esta oportunidad que ofrece… (El homenaje) del Ateneo Español de México al Instituto Politécnico Nacional, y particularmente a los maestros exiliados de ese país, que impartieron cátedra y realizaron investigación en esta casa de estudios, es en primerísimo lugar, una defensa a las libertades democráticas y una manifestación de rechazo a la dictadura.

Pero es, además, un homenaje que hace público reconocimiento a la educación, la ciencia, la cultura y el arte,  como poderosos elementos que ayudan a generar ambientes de libertad en favor de la democracia, entendida como un sistema de vida que busca el constante mejoramiento económico y social de todos los ciudadanos.

Por ello es muy importante y muy grato para mí, recibir, a nombre de la comunidad politécnica, este reconocimiento de los integrantes del Ateneo, que siempre han estado cerca de nosotros a través de proyectos conjuntos para darle continuidad, aplicación y relevancia a las ideas y al trabajo que desarrollaron y compartieron en nuestros recintos, los más de 50 maestros y científicos, integrantes del exilio español, que se integraron a nuestra casa prácticamente desde su fundación.

Tenemos que recordar que en 1936, las aspiraciones libertarias de miles y miles de españoles se vieron aplastadas por un levantamiento militar que, apoyado por diversas corrientes de orientación fascista y conservadora, depusieron al gobierno de la Segunda República, elegido democráticamente.

La brutal represión que ejerció la dictadura franquista contra los miembros y simpatizantes del republicano Gobierno Popular, provocó una diáspora de enormes dimensiones que obligó a miles y miles de españoles a buscar refugio o aceptar la protección de diversas naciones. El gobierno de México, encabezado entonces por el presidente Lázaro Cárdenas flexibilizó la política migratoria, para facilitar el ingreso a más de 25 mil españoles, la más grande inmigración en la historia de este país y, sin duda, la que más ha contribuido a generar los cambios profundos de esta nación.

La diáspora provocada por la guerra civil española, a partir de 1936, cubrió de penalidades y horrores a miles y miles de españoles y a sus hijos, que debieron buscar refugio o aceptar la protección de diversas naciones.

Hoy recordamos que hace 74 años llegó a las costas de Veracruz el buque Sinaia con el primer gran grupo de mil 600 refugiados; previamente nuestro país ya había acogido a más de 400 niños de Cataluña y la Comunidad Valenciana, así como a otros pequeños grupos en buques de menor tamaño.

Todos ellos, obligados por la fuerza bruta, tuvieron que dejar su patria ultrajada por el oscurantismo y la violencia de la tiranía;  lo hicieron en condiciones muy difíciles, agobiados por el peso de la derrota y el abatimiento de sus ideales, golpeados, desalentados, y muchos de ellos, angustiados por la desintegración de su familia o por la desaparición o muerte de sus seres queridos. Como dijo León Felipe, uno de los más célebres exiliados, “fuimos arrojados del solar paterno por el último postigo”.

México abrió sus brazos de manera incondicional a todos los perseguidos españoles que buscaban un lugar para seguir viviendo en libertad. La historia nos dice que el gobierno cardenista nunca les condicionó el otorgamiento de asilo y a nadie le pidió que renegara de su ideología o de su patria; al contrario, los alentó para que continuaran sus luchas libertarias desde nuevas trincheras.

Como sabemos, de aquellos 25 mil refugiados españoles que llegaron a México entre 1937 y 1942, aproximadamente el 25 por ciento eran académicos, científicos, escritores y otros profesionistas; pero también vinieron competentes obreros y campesinos, además de militares, marinos, pilotos, empresarios, etcétera, todos ellos con la común característica de comulgar con el ideal republicano.

Esta valiosa conformación del exilio español comenzó muy pronto a fortalecer el desarrollo de las humanidades, la ciencia y la cultura de nuestro país. Los refugiados impulsaron, entre muchos otros proyectos, la fundación de “La Casa de España en México”, convertida ahora en “El Colegio de México”, institución educativa de prestigio internacional. También participaron en la consolidación del entonces naciente Fondo de Cultura Económica.

La diáspora española vino a inyectar vitalidad y riqueza intelectual a varios países latinoamericanos que recibimos a pensadores y filósofos de la talla de María Zambrano, León Felipe, Luis Cernuda, Juan Rejano y Max Aub, por mencionar a unos cuantos.

Sus contribuciones a los avances sociales, económicos y culturales de México son numerosas e incuestionables. El reconocido historiador Javier Garciadiego, escribió que “la riqueza humana, que en ese entonces se perdía en España a causa de la Guerra Civil, la ganábamos para México en el otro lado del Atlántico, ya que con su dedicación al trabajo, los republicanos fundaron centros de enseñanza de todos los niveles, empresas, centros de investigación, hospitales, industrias agrícolas, centros culturales, bancos, comercios, talleres de oficios varios, revistas y editoriales”.

Porque no ha sido frecuente con otros grupos de exiliados, es preciso resaltar que los refugiados españoles, a pesar del ánimo que traían por todo lo que sufrieron, muy pronto recuperaron su estado físico y anímico gracias a su estatura y fuerza moral, a su férrea voluntad, a su disposición de aportar al país sus conocimientos y habilidades, y a su decisión de educar a sus hijos en el aprecio y amor a esta patria mexicana.

De esta disposición se beneficiaron entonces, y se siguen beneficiando ahora, generaciones y generaciones de alumnos y egresados de nuestro Instituto Politécnico Nacional, amén de otras importantes instituciones educativas de todo el país.

El Presidente Cárdenas, principal impulsor de la solidaridad internacional, protector y promotor de los refugiados republicanos, tuvo particular interés en que nuestra casa de estudios, que él fundó, recibiera en su seno y se beneficiara del bagaje intelectual de maestros españoles que ya contaban con relevantes trayectorias. Y su obra, en el Instituto Politécnico, es enorme y perenne, porque continúa dando frutos, ahora que varios de sus descendientes han tomado la estafeta y participan también como académicos y científicos en nuestras aulas y laboratorios.

De ahí la importancia de este homenaje que organiza el Ateneo Español de México para honrar públicamente la obra de nuestros profesores que llegaron con el exilio español. Muchas gracias a sus integrantes por este reconocimiento, por la exposición fotográfica y por la excelente publicación histórica que realizaron, editaron, y que hoy nos presentaron, para comunicar la extraordinaria dimensión de tales aportaciones educativas.

Nuestros maestros exiliados españoles, sus descendientes y el Ateneo, han estado presentes y actuantes en la vida politécnica, acompañándonos en la misión fundamental de “Llevar la Técnica al Servicio de la Patria”, tal como lo pidió  el Presidente Lázaro Cárdenas.

Muchas gracias.


[1] Mensaje pronunciado en la ceremonia de Homenaje que rindió el Ateneo Español de México al Instituto Politécnico Nacional y a sus maestros exiliados de ese país, el 13 de junio en la sede del Ateneo, ubicada en Hamburgo 6, colonia Juárez, México, D. F.

[2] Directora General del Instituto Politécnico Nacional.

ESPAÑA FUERA DE ESPAÑA

Palabras de Gerardo Ferrando en el Homenaje al IPN y a los maestros del Exilio Español

Familiares de los maestros del exilio español

Amigos todos,

Agradezco a Carmen Tagüeña, presidenta del Ateneo Español, otorgarme la distinción de dirigirme a ustedes esta tarde, en nombre de nuestra agrupación.

Hoy nos reúnen una efeméride, un agradecimiento y un  reconocimiento.

La efeméride: el 13 de junio de 1939 arribaba a Veracruz el buque francés Sinaia, donde viajaban 307 familias, casi 1,600 mujeres, hombres y niños de la República Española, que habían aceptado la generosa oferta del entonces presidente de México, Lázaro Cárdenas, para ser acogidos en esta tierra, la que sería una nueva patria.

En travesías posteriores llegarían otros navíos, con su correspondiente cargamento de mujeres, hombres y niños republicanos. En cada uno de ellos convivía el coraje al lado de la indignación, resultado de atestiguar y vivir cómo una de las causas más nobles, la causa de la democracia y de la República, se hubiera visto doblegada por el uso de la fuerza bruta,  único argumento que podían esgrimir los representantes de los peores intereses existentes en España y en el mundo.

Cargamentos humanos de combatientes y civiles, de obreros e intelectuales, de campesinos y artistas, de artesanos y científicos. Derrotados, pero no vencidos. Cargamentos de personas que arrostraban la incertidumbre de un presente donde la vida cotidiana y la normalidad se habían perdido, pero con la incertidumbre aún mayor de qué es lo que les deparaba el futuro. Todos ellos muy pronto encontraron que esta tierra mexicana  los cobijaría en forma generosa para que hicieran de ella  su hogar, su patria,  la patria de los hijos y los nietos, la patria de las generaciones por venir.

Que mejores palabras que los versos de Pedro Garfias, escritos durante su travesía en el Sinaia:

Como en otro tiempo por la mar salada
te va un río español de sangre roja,
de generosa sangre desbordada.
Pero eres tú, esta vez, quien nos conquistas
y para siempre, ¡oh vieja y nueva España!

Fueron casi 25,000 los refugiados españoles que entre 1939 y 1942 llegaron a México en 16 viajes de los buques Ipanema, Mexique, Flandre, Champlain y Nyassa.

Obreros, campesinos, trabajadores de múltiples especialidades, médicos, ingenieros, abogados, arquitectos, economistas, hombres de empresa, políticos, militares, marinos, pilotos, pintores, escultores, músicos, artistas de cine y teatro, toreros, pelotaris, ex rectores, periodistas, por sólo mencionar algunas de sus profesiones y ocupaciones. De entre todos ellos, se estima que un 25% conformaron la inmigración intelectual.

Hasta aquí, la memoria de la efeméride.

Pasemos ahora a el agradecimiento, que debe brindarse al Instituto Politécnico Nacional, representado en esta ceremonia por su Directora General, la Dra. Yoloxochitl Bustamante, por haber incorporado en las filas académicas de la institución a 42 profesores e investigadores, cinco mujeres y 37 hombres, todos ellos maestros  del exilio español,  que demostraron su gratitud con su compromiso y contribución a la noble misión educativa de la aquel entonces naciente institución.

Al hacer el recuento de la labor que los refugiados españoles desempeñaron en México en instituciones académicas, de manera frecuente se recuerda su presencia en la Universidad Nacional Autónoma de México y en la Casa de España, fundada en 1938 y transformada en El Colegio de México en 1940. Parecería que al Politécnico se le ha ubicado en una posición más discreta, cuando  su recepción a los maestros e intelectuales del exilio español fue tan cálida y generosa como la que brindaron esas otras instituciones.

Por ello, merece amplio aprecio y reconocimiento la importante labor del Presidente del Decanato del IPN, el Ing. Jesús Ávila Galinzoga,  al respaldar el trabajo de Silvia García Bernal y la publicación del libro Los Maestros del Exilio Español en el Instituto Politécnico Nacional,  obra que cumple una importante labor en la recapitulación y divulgación de uno de los grandes eventos que contribuyeron a la consolidación de esta destacada institución.

Las historias del Exilio Español y del Instituto Politécnico Nacional se entrelazan en el tiempo cuando aquellos que entregaron patrimonio y vida, familia, padres, hermanos e hijos en defensa de la legalidad, de la legitimidad, de la libertad y la tolerancia, tuvieron que abandonar casa, familia, amigos, trabajo, en suma, tuvieron que dejar atrás lo que era su presente y su futuro, para apartarse de una Europa donde el fascismo sentaba sus reales; en tanto que del otro lado del Atlántico, en México, un presidente visionario y sensible al momento nacional e internacional, Lázaro Cárdenas, tomaba decisiones de enorme trascendencia para el presente y el futuro de la nación, con la defensa de la soberanía nacional y la expropiación petrolera, con la decisión de extender la educación para ponerla al alcance de sectores más amplios de la población; con una reforma educativa sustentada en una nueva redacción del Artículo Tercero Constitucional que señalaba que: “[…l] a educación que imparta el estado será socialista”, pero de manera más destacada aún, con visión de gran estadista, previendo la necesidad de formar los cuadros técnico que se requerirían para impulsar la industrialización del país, con la creación en 1937 del Instituto Politécnico Nacional.

Honrar honra, decía José Martí, y vaya que el IPN se ha honrado, al honrar la labor y la memoria de los profesores del exilio español, en diferentes épocas y lugares. Han sido numerosos a lo largo de los años los homenajes y reconocimientos que los maestros españoles recibieron en cada una de las escuelas que los acogieron. Destaca el homenaje de hace 15 años, el 15 de junio de 1999, en que el entonces Director General del Instituto, Dr. Diódoro Guerra, en solemne ceremonia celebrada en el Casco de Santo Tomás, develó una placa con los nombres de 50 miembros de este selecto grupo.

Hasta aquí, el agradecimiento.

Finalmente, el reconocimiento, que en este caso debe brindarse a esos grandes maestros del exilio español, que encontraron en el Politécnico una nueva casa de estudios; reconocimiento a aquellos maestros españoles que con su dedicada y destacada labor, colaboraron para fortalecer y cimentar el prestigio de esta institución pública, de las más relevantes en los ámbitos de la educación y la investigación de México.

Como bien afirma Silvia Mónica García Bernal acerca de los maestros del exilio español: “[…] coadyuvaron a la consolidación de un Politécnico que se encontraba en una etapa de crecimiento y desarrollo; mediante  su labor académica y científica apoyaron la creación y expansión de laboratorios, escuelas y carreras y, por supuesto, a la formación de cientos de profesionales, de cuyas filas  han sobresalido importantes investigadores e innovadores orgullosamente politécnicos”

A ese destacado grupo, conformado principalmente por médicos y biólogos, pero también por físicos, matemáticos e ingenieros, ante sus familiares y amigos el Ateneo Español de México les rinde hoy un profundo reconocimiento: por haber puesto en alto, con su talento y  devoción académica, el nombre de la República Española, y con estas acciones, por haber puesto en alto la memoria de todos aquellos que lucharon y, en muchas ocasiones, entregaron la vida, por el ideal republicano. El reconocimiento del Ateneo Español a los maestros del exilio también es por la lealtad, la responsabilidad y el compromiso en el trabajo con el que demostraron en forma fehaciente su gratitud ante la generosidad con que los recibió y acogió el Instituto Politécnico Nacional.

Honor y reconocimiento a los maestros de la República Española. Honor y reconocimiento al Instituto Politécnico Nacional.

 

Palabras pronunciadas por Carmen Tagüeña Parga, Presidenta del Ateneo Español de México durante el Homenaje que se rindió al Instituto Politécnico Nacional y a los maestros del Exilio Español. 

Estimadas amigas y amigos:

La llegada del Sinaia al puerto de Veracruz en 1939 es una de esas fechas históricas que se vuelven ya un símbolo. Es la fecha de nacimiento del Exilio Español en México, momento doloroso para los que dejaban atrás a España, pero a la vez promesa de paz, tranquilidad y trabajo en esa nueva patria. Justamente en el Sinaia viaja el poeta Pedro Garfias que lo dijo mucho mejor que yo en su poema “Entre España y México” del cual les leo un fragmento:

 “Qué hilo tan fino, qué delgado junco
-de acero fiel- nos une y nos separa
con España presente en el recuerdo,
con México presente en la esperanza.”

Es un poema que no puedo leer sin que se me quiebre la voz, me conmueve mucho porque los que partían hacia el exilio todavía tenían ilusiones que nunca se pudieron cumplir: 

“España que perdimos, no nos pierdas;
guárdanos en tu frente derrumbada,
conserva a tu costado el hueco vivo
de nuestra ausencia amarga
que un día volveremos, más veloces,
sobre la densa y poderosa espalda
de este mar, con los brazos ondeantes
y el latido del mar en la garganta.”

Me pone muy triste pensar que la mayoría que no volvieran. Quedaron en tierras extrañas aunque amigas.  En el caso de México los exiliados le declararon a su amor  apasionado desde el Sinaia. Como escribe Garfias

“como otro tiempo por la mar salada
te va un río español de sangre roja
de generosa sangre desbordada.
Pero eres tú esta vez quien nos conquistas,
y para siempre, ¡oh vieja y nueva España!”

En El Sinaia, además del poeta, venían médicos, profesores, ingenieros, obreros, químicos,  campesinos, familias enteras que harían de nuestra patria la suya al integrarse al trabajo de universidades, empresas, fábricas y haciendas.

No hay que olvidar que en aquellas fechas en las que el general Lázaro Cárdenas abría las puertas del país a los españoles en desgracia también se había fundado bajo su impulso una institución señera para México, el Instituto Politécnico Nacional. Pronto los hombres de ciencia, los ingenieros, los técnicos fueron acogidos por la reciente institución con gran generosidad y ellos a su vez aportaron su conocimiento y honradez al crecimiento del Politécnico.

El agradecimiento de los descendientes del exilio es inmenso y eterno al pueblo mexicano, al presidente Cárdenas, y a los lugares que les dieron trabajo. Gracias al Instituto Politécnico Nacional en mi nombre y en nombre del Ateneo Español de México. Los descendientes de exiliados aquí presentes ―estimada doctora  Yoloxochitl Bustamante, directora del IPN― muestran ese agradecimiento. Gracias por su presencia aquí que da realce a este acto.

Les doy la bienvenida a todos a esta casa, desde luego su casa, a Silvia Mónica García, autora de Los maestros del exilio español en el IPN, a Javier Dosil, a Gerardo Ferrando y a don Eugenio Méndez Docurro. También agradezco la presencia de los miembros de la mesa directiva del Ateneo  y de los socios aquí presentes.

En Cierta manera el IPN al publicar este volumen ha dado ya inicio a los actos que se sucederán en 2014, cuando el exilio cumpla 75 años. Al tener en mis manos el libro que hoy presentamos quedé admirada y emocionada por la cantidad de maestros del exilio republicano que estuvieron en distintas épocas en el IPN.

A Algunos los conocí, fueron mis maestros como Don Juan Oyarzábal y don Pedro Carrasco. De otros conozco a sus hijos o nietos que fueron mis amigos como Dalmau Costa. Otros fueron amigos de mis padres como Márquez, Rodríguez Mata,  Costero. Otros apellidos son muy conocidos entre los exiliados como Bolívar, Giral, Barnés, Álvarez Buylla, Puche, De Buen, Folch i Pi, Bonet, Torre Blanco, Velo, Rivas Cheriff, Halfter. Muchos médicos como Torre Blanco y Germán García.  Algunos estudiamos en los libros de Carbonell y Santaló y recordamos con cariño a la maestra Estrella Cortich.

No me quiero extender pues aquí hay personas mucho más calificadas que yo para hablar del tema. Pero no podía dejar pasar la oportunidad de comunicarles mi emoción y hacer saber al Politécnico nuestro agradecimiento.

Gracias por escucharme.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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