Veracruz, Ver., 13 de junio de 2014.

Develación de la placa conmemorativa del 75° aniversario de la llegada de Exilio Español a México

Palabras de Carmen Tagüeña Parga, Presidenta del Ateneo Español de México, A.C. 

Estamos aquí reunidos para develar una placa más en este hermoso Puerto de Veracruz. Parece algo sencillo pero no se hubiera logrado sin la enorme ayuda de las instituciones culturales, académicas y de gobierno, sobre todo municipal de esta Ciudad. Agradezco de corazón a todas las personas que han ayudado, que han hecho posible esta celebración. Como siempre sucede las personas y su entrega son determinantes y hacen la diferencia.

Carmen Tagüeña Parga, Ramón Poo, Carmen Romero e Isabel Rosique durante la develación de la placa conmemorativa.

  La del Sinaia fue la primera expedición colectiva de exiliados que reflejaban en su composición la diversidad social, ideológica, política y profesional del pueblo que había hecho la guerra. Siguieron poco después el Ipanema , el Flandre y el Mexique y finalmente el Nyassa. En estos “Barcos de la Libertad. Diarios de Viaje” como los llaman en la interesante publicación del Colegio de México llegaron un número que todavía se discute de aproximadamente 25 000 personas. La  guerra civil acababa de terminar y la llegada del Sinaia a Veracruz, marca la larga marcha del exilio en México.

     La travesía del Sinaia duró 18 largos e interminables días. Sin embargo, el viaje se convirtió poco a poco en un rescate de la esperanza. Hubo una serie de actividades: conferencias sobre México, reuniones de grupos profesionales, conciertos, exposiciones y para promover estas actividades comenzó a salir en mimeógrafo el periódico de a bordo a cargo de Juan Rejano y Manuel Andújar entre otros. En la presentación que hace Adolfo Sanchez Vázquez cuando se hace la edición facsimilar de esta joya bibliográfica podemos leer  lo siguiente “De su lectura, de sus actividades y vida cotidiana de los pasajeros, aquel conjunto de seres humanos acosados en los primeros días por la tristeza, la amargura y la nostalgia y dados a confinarse a si mismos, se transformó en la comunidad esperanzada que desembarcó en Veracruz”.

    La llegada del Sinaia al puerto de Veracruz en 1939 es una de esas fechas históricas que se vuelven ya un símbolo. Es la fecha de nacimiento del exilio español en México, momento doloroso para los que dejaban atrás a España, pero a la vez promesa de paz, tranquilidad y trabajo en esa nueva patria. Es un hecho conocido y ha merecido múltiples recuerdos y elogios, que el gobierno del general Cárdenas anticipando el final de conflicto, había puesto en marcha la mayor operación de solidaridad internacional que probablemente se haya visto nunca. En nuestro mundo actual en el que las migraciones y los exilios siguen siendo un problema grave vale la pena recordarla sobre todo porque al estudiar esa época nos conoceremos mejor como mexicanos.  México estuvo dispuesto a dar pan, hogar y trabajo a todos  aquellos para quienes no habría paz ni piedad ni perdón en el España de Franco.

     Actualmente, a setenta y cinco años de la llegada del exilio español a México en 1939, el Ateneo Español de México es, junto a las escuelas Luis Vives y Madrid, las tres instituciones que siguen vivas de las formadas por los transterrados, como los llamó el filósofo José Gaos. La influencia de ese exilio se siente aún y se seguirá sintiendo por muchas décadas en la cultura mexicana: hijos, nietos, bisnietos de ese exilio se encuentran entretejidos con la realidad social, cultural y civil del México del siglo XXI.

    Alguna vez leí que“ Los papeles viven las convulsiones de los seres humanos”  y eso es absolutamente cierto,  Por esa razón en los  acervos del Ateneo se puede documentar  toda la historia  del exilio y de su integración a México. Pensando en este día me llamó la atención el discurso del ya mencionado Adolfo Sánchez Vázquez  cuando se develó la placa del 50 aniversario. Aquí hay personas que vivieron el momento pero todos lo podemos recrear y resulta interesante constatar que se podrían decir palabras muy parecidas:

    “Nos reunimos aquí, convocados por el Ateneo Español de México, para develar la placa conmemorativa del 50 aniversario del exilio español y es justo que lo hagamos en este noble puerto jarocho donde llegaron las primeras expediciones colectivas, con las que comenzó nuestro exilio en tierra mexicana.

    Conmemoramos así cincuenta años del exilio, pero no-ciertamente- de exilio-, pues aunque este fue largo y rebasó todas nuestras previsiones, terminó hace ya quince años. Y ello por dos razones fundamentales: la primera porque desde mediados de la década pasada desaparecieron las condiciones opresivas que nos impedían volver a España como ciudadanos libres; y la segunda, porque desde más atrás nos sentimos parte integrante e indisoluble del país que hace medio siglo nos abrió sus puertas.”

Podemos decir lo mismo y solamente falta un emocionado recuerdo de los que por lógica de la vida y de la edad han ido desapareciendo y no nos acompañan hoy físicamente. Sin embargo, como escribió Ascensión Hernández de Leon Portilla, seguimos conmemorando los aquí presentes

     “La trascendencia de una emigración. Trascendencia lograda a través de un diario recrear la vida en el marco de unas creencias y de unos valores. Esta fue la razón vital de los que eligieron el exilio. Sus creencia sus valores a la postre triunfaron bajo el lema de la democracia y la libertad. De modo que por una paradoja de la historia, aquellos vencidos faltos de todo, hasta de la tierra a-terrados como los definió Adolfo Sánchez Vázquez acabaron ganando no solo una tierra, una patria, sino también a la postre, ganaron la batalla decisiva, la del exilio.”

Muchas gracias

 

Sara Ladrón de Guevara, rectora de la Universidad Veracruzana.

Palabras de Sara Ladrón de Guevara, Rectora de la Universidad Veracruzana 

75° ANIVERSARIO DEL EXILIO ESPAÑOL EN MÉXICO

 

Entre España y México

Pedro Garfias
[Escrito a bordo del Sinaia]

Qué hilo tan fino, qué delgado junco
—de acero fiel—, nos une y nos separa,
con España presente en el recuerdo,
con México presente en la esperanza.
(…)
Como otro tiempo por la mar salada
te va un río español de sangre roja
de generosa sangre desbordada…
Pero eres tú, esta vez, quien nos conquista
y para siempre, ¡oh, vieja y nueva España!

Estimados amigos:

Para quienes no estuvimos aquí hace 75 años, resulta difícil imaginar la estampa, las miradas, los rostros de quienes llegaron, tras una travesía de 19 días, a bordo del SINAIA, barco que con sus 112 metros de eslora y una capacidad declarada para 654 pasajeros (132 en cabina, 522 en tercera clase) transportaba a 1599 españoles que escapaban del horror de una guerra terrible y cruenta, del espanto del confinamiento en campos de concentración franceses.

    Sólo ellos sabían de los pensamientos que traían consigo, de sus anhelos y vicisitudes. Pero es fácil suponer que a más de uno, a medida que la embarcación se acercaba a Veracruz, ya teniendo a la vista San Juan de Ulúa, le trajera la doble sensación del alivio de estar llegando a buen puerto y la desazón por encontrarse frente al último bastión de la dominación española en México.

    Y si nos resulta difícil imaginar esa estampa, ¿para qué conmemorar? ¿Para qué recordar? ¿Acaso no se trata de una más de las muchas tragedias humanas que tuvo que experimentar la violenta historia del siglo XX? Para nosotros, quienes estamos aquí esta tarde, la respuesta es sencilla: El SINAIA no fue sólo un barco. La llegada de sus derrotados pasajeros no es sólo un hecho. Se trata de un hito histórico, un símbolo.

De entrada, la acogida de los republicanos españoles no fue sólo un acto de humanidad, un gesto de solidaridad. Los que arribaban no eran sólo un grupo de refugiados; era, además y sobre todo, la España misma. Y quien los estaba recibiendo era México, un país de acogida profundamente solidario. Esto lo sabía muy bien Ignacio García Téllez, el Secretario de Gobernación, quien acogió solemnemente a estos viajeros con las siguientes frases:

     “No os recibimos como náufragos de la persecución dictatorial a quienes misericordiosamente se arroja una tabla de salvación, sino como a defensores aguerridos de la democracia republicana y de la soberanía territorial, que lucharon contra la maquinaria opresora al servicio de la conspiración totalitaria universal (…) Política defensiva y retrógrada la de los fascistas totalitarios hispanos que quieren someter a coloniaje espiritual, económico y político a los estados independientes del Nuevo Mundo, soñando en la reconstrucción de la España Imperial de los Reyes Católicos.”

    A esas alturas de la historia, por otra parte, Veracruz ya había demostrado su carácter heroico. La primera ocasión fue ante los españoles, acuartelados en San Juan de Ulúa. Se trató del heroísmo de saber resistir el embate del enemigo. Pero en junio de 1939 Veracruz protagonizó un nuevo tipo de heroísmo: el de la recepción con los brazos extendidos a los republicanos, que derrotados pero no vencidos habían tenido que escapar de la España franquista.

    Sin pretender enjuiciar la historia, sí debemos hacer de la memoria un acto de justicia, pues mientras Europa miraba hacia otro lado, encerrando a estos derrotados en campos de concentración, negociando con sus vidas o dejándolos morir, México comprendió rápidamente que recibirlos era un acto de lucha y de fraternidad.

    No podemos olvidar que la Guerra Civil Española fue el primer tablero en el que se jugó la expansión de la lucha de la democracia frente al totalitarismo, como muy bien comprendieron los voluntarios de las brigadas internacionales. Por ese motivo, la recepción del SINAIA fue uno de los momentos emblemáticos en el que México, estoicamente, continuó esa lucha contra la tiranía de los sistemas totalitarios.

    Por otra parte, debemos recordar que con la llegada del SINAIA México también ganaba. Sí, porque entre estas 1599 personas se encontraba lo más granado de las ciencias y las letras ibéricas de esa generación. Es curioso que, frente a la parafernalia de la propaganda franquista, que generó el mito del “oro de Moscú”, en virtud del cual los “malvados rojos” habían despojado a España de sus reservas de oro y las habían llevado a la Unión Soviética, nadie pareciera percatarse de que la mayor riqueza de la República se transportaba en el SINAIA. El propio García Téllez, que antes de haber sido Secretario de Gobernación fue Rector de la UNAM, terminó su discurso de bienvenida afirmando:

    “Entráis al hogar que formaron vuestros ancestros para entendernos en el mismo idioma, mezclar nuestra sangre, hacer fructificar los campos y acrecentar la industria, aportando recursos económicos, capacidad técnica y fuerza de trabajo. Los altos valores que representáis en las ciencias y en las letras contribuirán al brillo de la cultura nacional y recogeremos a la vez el ejemplo de la superación de la intelectualidad española que puso su patrimonio espiritual al servicio de la República”.

    Si México se encontró con la posibilidad heroica de acoger a los españoles como un acto de defensa de sus propios valores, y con la recepción de los más brillantes y preparados intelectuales republicanos, España también salió ganando. No la España franquista, la que se hizo oficial a sangre, fuego y traición, sino la España intrahistórica, representada en las 307 familias que viajaron en este barco y que en su singladura por la mar océana no se sintieron como conquistadores, sedientos de riquezas y poder, sino más bien como un Ulises que regresa a su patria.

    En efecto, podemos afirmar que la travesía del SINAIA es un periplo, un viaje con regreso al punto de partida, a la patria del imaginario republicano español. Esto es algo que muy pronto y muy bien entendió José Gaos, que se describía a sí mismo y a todos lo que con él llegaron a México como transterrado:

     “Los españoles encuentran en México una continuidad lingüística y en gran parte cultural, lo cual les permite proseguir y ampliar sus obras realizadas en España. México se constituye en la ‘extensión’ y el ‘destino’ de la patria misma, para denominarse empatriados”.

    No dejaron su patria para ir a otra. Su experiencia no fue la del exilio, la del destierro, sino la del transtierro. No se les “trasplantó” o desarraigó. En todo momento llevaron su patria consigo a un espacio simbólico, que aunque geográficamente distinto, era vitalmente el mismo.

    En la placa que ahora se devela aparece un lacónico “Gracias, México. Gracias, Veracruz”. Pero en un acto de auténtica correspondencia, también nosotros los mexicanos deberíamos decir “Gracias, España”. Porque se trataría de un agradecimiento como Nación, pero, muy especialmente, como comunidad universitaria, como Universidad Veracruzana.

    La llegada del SINAIA es el emblema de la bienvenida fraternal, no subordinada, al invaluable tesoro de una generación de científicos, humanistas, tecnólogos y artistas que nutrieron con todos sus saberes la vida intelectual de nuestra Patria, con un impacto de larga duración que hasta la fecha, tres cuartos de siglo después, es reconocible y está vivo en nuestras Universidades. El magisterio y la aportación generosa a la medicina, la física, la arquitectura, la ingeniería, la historia, la filosofía, a prácticamente todas las ramas del saber, son indiscutibles y perdurables en el México actual.

    Por este motivo la Universidad Veracruzana no podía estar ausente de este sencillo pero sentido acto de homenaje, de memoria, de intrahistoria, por la llegada del SINAIA. Con toda seguridad, los grandes hechos históricos se nos muestran con ostentación. Los libros, los edificios, los objetos, los museos nos los recuerdan. Sin embargo, para la vida del espíritu lo que realmente soporta el paso del tiempo con tenacidad son los símbolos. Y en este caso el SINAIA es para nosotros, como símbolo, un elemento básico de nuestro imaginario. Por una parte se trata de un legado académico: el de los transterrados, gracias al cual se revitalizó y orientó nuestra vida intelectual, y del que seguimos abrevando; por otra, se trata de la herencia cultural, que también debemos transmitir en el claustro universitario.

    Por todo ello hay un heroísmo diferente: el de recibir con los brazos abiertos a todos aquellos transterrados que nos patentizan ampliamente “cómo la pluma puede ser más valiosa que la espada”.

Muchas gracias.

Carmen Romero de Rayo

Palabras de Carmen Romero de Rayo, socia del Ateneo Español de México

Conmemorando

Hoy, 13 de junio, se conmemoran 75 años de la llegada al puerto de Veracruz, a este puerto, del Sinaia , barco que trajo a México, gracias a la generosidad del General Cárdenas y con la ayuda del  JARE, al primer gran contingente de refugiados españoles  procedentes, la  mayoría de los campos de concentración de Francia ,donde fueron internados por el  gobierno francés, mujeres, niños y combatientes, los que después de la derrota, algunos heridos o enfermos atravesando los Pirineos a pié tratando de salvar sus vidas llegaron a  territorio francés.

¡Cargamento de dolor que el pueblo de Veracruz recibió con los brazos abiertos ¡

Otros barcos vendrían después, pues México apoyó nuestra causa en lucha por la libertad y el que acogió al mayor contingente de refugiados y el que nos ayudó a recobrar la esperanza…

Uno llegó antes con los niños de Morelia.

Entre los barcos que llegaron  más tarde también con exiliados  procedentes de Francia, aunque no todos arribaron a este puerto, fueron el Ipanema, el Mexique, el Santo Domingo, el Quantza, el Nyassa, que hizo tres viajes en el año 1942, cuyos  numerosos tripulantes  también refugiados tuvieron la fortuna de lograr desembarcar aquí en Veracruz.

Esos hombres y mujeres que llegaron, ese rio español de sangre roja, con afinidad de sangre y lenguaje común, con acierto mezclaron con savia mexicana  y sus frutos dieron.

Hoy los que aún estamos, y los descendientes de este exilio, ya mexicanos, manifestamos nuestra profunda gratitud a este noble pueblo añadiendo una nueva leyenda en este sencillo pero emotivo documento:

¡Gracias México!  ¡Gracias Veracruz ¡

  “ Las manos del exilio “

    Si llegaron crispadas /  con los puños cerrados/ ante nueva morada /

    colmada de horizontes / las manos del exilio / se abrieron a esa luz /

    industrias en ciudades/ y en el campo sembrar.

Isabel Rosique

Isabel Rosique Molina

 

Palabras de Isabel Rosique Molina 

Buenas tardes: Estar aquí ante ustedes con algunos compañeros de viaje y con otros, los más, descendientes de aquellos que durante veinte días estuvimos juntos en “el barco de la esperanza”, en el Sinaia, es recordar muchas cosas; cosas que por supuesto no alcanzaría a platicar en este breve espacio con el que me han distinguido.

Recuerdo la tristeza de mis padres, sacudidos por la tragedia de la guerra civil, el derrumbe de nuestra República, la azarosa huida a pie desde Barcelona a finales de enero de 1939 hasta la frontera francesa, perseguidos por la aviación franquista, el encierro de mi padre en el campo de concentración de Argèles, el accidentado abordaje del Sinaia en el puerto de Sèt, la incierta travesía, mi madre que arrojó al Atlántico su paraguas Chamberlain “porque México era un desierto y no lo iba a necesitar”… Recuerdo los juegos infantiles (yo tenía doce años y mis hermanos diez y ocho años), la alegría de la Banda Madrid, las veladas literarias, las pláticas y la construcción de las amistades. Recuerdo la llegada del barco a la bahía de Veracruz el día 12 de junio, el tiempo de espera antes de bajar al día siguiente, de pisar tierra mexicana hasta que acudieran las autoridades mexicanas y el presidente de la república española, Juan Negrín, para darnos la bienvenida, para darnos vida y esperanza.

Por supuesto que el Puerto de Veracruz era otro, el muelle, también; sin embargo, el color del cielo, el mar, y los afectos de la gente siguen igual, siguen siendo la voluntad de los mexicanos por cobijarnos, y compartir un pedazo de ellos, para que todos juntos lo trabajáramos. Y así, desde hace 75 años hemos estado aquí, luchando hombro con hombro, transformándonos en mexicanos completos, a través de nuestros hijos, de nuestros nietos y bisnietos, sin olvidar jamás de dónde venimos, cómo venimos y por qué luchábamos y seguimos luchando.

Nuestros primeros pasos en México (el país donde las ilusiones monárquicas acabaron en el Cerro de las Campanas) fueron aquí, en este lugar donde hoy dejamos como testimonio de ese doloroso exilio una placa que da cuenta del hecho para recuerdo de todos, para el futuro, para recordar la bonhomía y la generosidad del pueblo mexicano y de su presidente Lázaro Cárdenas, y la certeza de que con todo y la trágica derrota que sufrimos por las armas del fascismo internacional, la razón nos asistía y hoy España, de donde vinimos, levanta la voz para confirmarla.

¡Viva la República española!

¡Viva México!

¡Viva el referéndum por la democracia republicana!

Muchas gracias

Veracruz, Ver., 13 de junio de 2014.

 

 

 

 

 

 

 

Una respuesta

  1. Me gustaria tener contacto con algunos refugiados espanoles como yo que llegamos a este pais siendo ninos

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