Fotografía cedida por la ONU donde aparece el ex ministro de la República española, Julio Álvarez Del Vayo (d), y Herbert Vere Evatt, de Australia (c), mientras hablan con otras personas durante una celebración del aniversario del Pacto anglo-ruso el 25 de mayo de 1945 en el Hotel Mark Hopkins en San Francisco, California (EE.UU.). EFE

Eldiario.es

Hace justo 75 años, 50 naciones se dieron cita en San Francisco para firmar el tratado fundacional de la ONU. Allí no estaba España, bajo el franquismo, pero sí el exilio republicano, que aunque logró aislar temporalmente a la dictadura, nunca vio cumplirse las grandes expectativas que había puesto en la histórica cita.

Con la Alemania nazi y la Italia fascista derrotadas, aquellos eran los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial y los Aliados se preparaban para forjar un nuevo orden internacional, que tendría a Naciones Unidas en su centro.

Para las autoridades republicanas españolas, San Francisco debía ser el principio del fin del régimen de Francisco Franco, al que señalaban como una “creación” de Hitler y Mussolini, y por tanto, enemigo natural de los vencedores de la Guerra.

La ciudad californiana se convirtió durante unas semanas en el centro absoluto de la política internacional, con una reunión multilateral sin precedentes: 850 delegados, unas 3.500 personas participando directamente en la cita y más de 2.500 periodistas y observadores de distintas organizaciones.

Allí desembarcaron también las principales figuras del exilio: Indalecio Prieto, Álvaro de Albornoz, Félix Gordón Ordás, Antonio María Sbert, Juan Negrín y Julio Álvarez del Vayo, entre otros, formaron parte de una amplia delegación en la que estaban representadas casi todas las tendencias.

FRANCO, FUERA DE LA ONU

Sus argumentos eran claros: si la ONU iba a ser el hogar de todas las naciones amantes de la paz, en ella no tenía cabida la España de Franco, pero sí una España liberada de la dictadura.

“España -la auténtica, cuya representación no puede ostentar el actual Gobierno tiránico, impuesto por armas extranjeras- es un pueblo amante de la paz. Si estuviese libre, colaboraría con tanta sinceridad como quien más en la desaparición de las causas políticas, económicas y sociales de la guerra. El problema, pues, para que esa colaboración pueda ser efectiva, consiste en que España recobre su libertad”.

Así lo explicaba en un amplio memorando preparado de cara a la Conferencia de San Francisco la Junta Española de Liberación (JEL), la alianza del exilio republicano que había sido fundada en 1943 en México.

La JEL -con el respaldo de las autoridades mexicanas, con amplias simpatías alrededor del mundo y con una efectiva campaña de comunicación en Estados Unidos- fue capaz de influir de forma muy importante en San Francisco.

La Conferencia aprobó la llamada moción Quintanilla -por el nombre del delegado mexicano en la reunión- en la que, sin mencionar directamente a España, los países de la ONU acordaron vetar el ingreso de regímenes totalitarios implantados con el apoyo de “Estados que combatieron a las Naciones Unidas”.

“Este es el principal triunfo de la delegación republicana en la Conferencia de San Francisco”, explica a Efe el actual embajador español ante Naciones Unidas, Agustín Santos.

El primer objetivo del exilio republicano estaba conseguido, pues Franco no iba a ser admitido en la nueva organización. Era el principio de la llamada “Cuestión española”, bajo la cual durante los siguientes años se buscó desde la ONU aislar al régimen con una incansable labor diplomática de figuras como el socialista Fernando de los Ríos.

En 1946, la Asamblea General llegó a aprobar una resolución que recomendaba la retirada de embajadores de Madrid y vetaba a España el ingreso en organismos creados por Naciones Unidas.

Los éxitos, sin embargo, no fueron mucho más lejos, dado que el exilio republicano no logró un reconocimiento claro por parte del resto del mundo.

Desde Francia, una facción liderada por el Partido Comunista había buscado antes del fin de la Segunda Guerra Mundial abrir una campaña militar contra Franco para poder sentarse a negociar como un aliado más al acabar el conflicto, pero fracasó en su invasión del Valle de Arán. Mientras, la brecha dentro del PSOE entre el Gobierno de Juan Negrín en Londres y la corriente de Indalecio Prieto en México mantuvo abierta una división institucional en el peor momento posible.

DIVISIÓN REPUBLICANA

Esa división republicana es para muchos historiadores la clave que explica por qué las promesas que se abrían en San Francisco -principalmente que los vencedores de la Guerra reconocieran a un Gobierno republicano, forzaran la caída del franquismo y la vuelta de la democracia a España- nunca llegaron a materializarse.

“Para entender el fracaso de los representantes de la España republicana en San Francisco, puede haber otros matices, pero la clave sin duda es la fuerte división entre Prieto y Negrín”, apunta a Efe David Jorge, profesor e investigador del Colegio de México y especialista en la crisis de entreguerras y en la dimensión exterior de la guerra española.

Según recuerda, incluso en San Francisco hubo varios intentos de reunir a los dos líderes socialistas, que finalmente fracasaron por la negativa de Prieto.

A juicio de este historiador español, “el no presentar claramente una posición claramente unitaria al final de la Segunda Guerra Mundial fue trágico para las posibilidades de una restauración republicana”.

El rápido paso a un contexto de Guerra Fría, con España en la zona de influencia Occidental, hizo el resto. Para potencias como Estados Unidos o el Reino Unido, sin Hitler y Mussolini, Franco ya no suponía una amenaza y sí un posible escudo ante el avance del comunismo.

Así, poco a poco fueron buscando un acercamiento con Madrid y en 1950 la Asamblea General de la ONU aprobaba una nueva resolución que daba marcha atrás al veto contra España y a la recomendación de aislarla diplomáticamente que se había aprobado en 1946.

Cinco años después, el 14 de diciembre de 1955, España ingresaba en Naciones Unidas como miembro de pleno derecho.