EL 7 DE JULIO DE 2019, HARÁ 80 AÑOS QUE EL VAPOR IPANEMA ARRIBÓ AL PUERTO DE VERACRUZ CON 998 REFUGIADOS REPUBLICANOS A BORDO.

Al terminar la Guerra civil española, más de quinientos mil españoles pasaron a Francia huyendo de la barbarie franquista. Sin embargo, el gobierno francés en turno metió inmediatamente a miles de esos refugiados en campos de concentración, donde les dio un trato infrahumano.

Ante ello, el Presidente General Lázaro Cárdenas Del Río y el pueblo de México abrieron los brazos a todos aquellos españoles republicanos que quisieran venir a este país. Para este fin, el Servicio de Evacuación de los Refugiados Españoles (SERE) tuvo a su cargo una expedición que permitió a cientos de hombres y mujeres desplazarse hasta Burdeos y de ahí al Puerto de Pauillac con el fin de salir de esos campos de concentración francés. Finalmente, el Gobierno de la Segunda República Española en el Exilio fletó los barcos Ipanema, Sinaia y Mexique.

Entre los 998 pasajeros del barco Ipanema venían mis padres, Marcial Rodríguez González y Gloria Fernández Brossoise, así como mi abuela materna, María Dolores Brossoise Molina, y mis hermanos Marcial, Gloria y Alicia. Ellos llegaron al puerto el 13 de junio de 1939, muy temprano y fueron conducidos hasta el muelle en donde estaba el vapor que los conduciría a México. Antes de abordar, las autoridades debían elaborar un riguroso registro, en estricto orden alfabético con  los datos personales de cada cabeza de familia.

A los niños que viajarían en esa expedición, les latía el corazón con rapidez. Veían al Ipanema con miedo, como si fuera un “gigante” aunque no lo era; se trataba de un barco de carga  bastante antiguo, que tenía solamente una chimenea y una hélice.

Los niños pensaban:

– ¿En ese gigante vamos a viajar?-

Efectivamente, ese “gigante” los conduciría hacia la LIBERTAD.

Todos los documentos que he consultado indican que el Ipanema zarpó el 12 de junio, pero mi madre siempre me dijo que zarpó el día de San Antonio, el 13 de junio, mientras qye el primer número del periódico “IPANEMA, diario  de a bordo” está fechado el 14 de junio, al día siguiente de zarpar. El 13 de junio anochecía y los pasajeros, por fin, abordaron el barco; éste levó anclas y se deslizó por el estrecho de la Gironda, rumbo al Atlántico. Mi hermana, Gloria, recuerda los cantos nostálgicos de los pasajeros y que el vapor se despedía con el pitar de la sirena.

Al salir de la ría y entrar al Atlántico, el barco se movió tanto que todos se marearon, hasta la tripulación. Cuando pasaron frente a Finisterre, los gallegos que iban en el vapor leyeron unas palabras de despedida en gallego, como homenaje  a su patria chica “de parte de los que se marchan al exilio”. Encerraron el mensaje en una botella y la arrojaron al mar, con la esperanza de que alguien, algún día, la encontrara en las costas de Galicia. Finalmente, entonaron el Himno gallego.

Por ser barco de carga, el Ipanema no contaba con camarotes para pasajeros; por lo visto, acondicionaron algunas bodegas y las convirtieron en comedores y dormitorios -con literas-, pero separaron a los hombres de las mujeres. No he logrado saber si permitían que los matrimonios durmieran juntos. Mis padres, por ejemplo, estuvieron  separados durante toda la guerra y, como ellos, muchos otros matrimonios. Según testimonio de mi madre, “hacía tanto calor ahí dentro, en los dormitorios, que muchos preferimos subir las colchonetas a cubierta para descansar al aire libre”.

A pesar de los horrores vividos y de la incertidumbre de su futuro, aquellas mujeres y aquellos hombres tenían ánimo para cantar, charlar y porqué no, hasta para discutir de política y de futbol. ¡Estoy segura!

Había pasajeros andaluces, catalanes, asturianos, gallegos, vascos, valencianos, madrileños. Miembros del Partido Socialista, Movimiento Libertario Español, Izquierda Republicana, Ezquerra Republicana de Cataluña, Acció Catalana Republicana, Unión Republicana, Sociedades Hispánicas Confederadas, Partido Comunista; aunque también había pasajeros que no tenían filiación política. Igualmente, la Unión General de Trabajadores y la CNT estaban presentes. Entre los pasajeros iba la Legación Mexicana y el representante del SERE. Viajaban hombres y mujeres de muy diversos oficios y profesiones: matronas, enfermeras, agricultores, maestros, políticos, costureras, médicos, arquitectos, militares, poetas, músicos, periodistas, farmacéuticos ,catedráticos, magistrados, miembros de la Industria de la edificación y textil… había de todo…

En el afán de mantenerse unidos e informados, los periodistas a bordo (más de veinte) fundaron un periódico: “IPANEMA, Diario de a bordo” que publicaban todos los días. Algún pasajero llevaba una máquina de escribir (por la tipografía, tal parece que se trataba de una Remington Rand); con la máquina de escribir “picaban los textos en el stencil” y en él realizaban dibujos. Las copias las sacaban con cicloestil o mimeógrafo. Publicaron 26 números, la misma cantidad de días que duró la travesía. Desgraciadamente, no todos los números se conservan.

El “Diario de a bordo” fue una joya de la comunicación. Contaba con bastantes secciones: “Editorial”, “Parte Meteorológico”, “¿Conocéis México?”, “El Valle de México”, “Impresión del Día”, “Boletín Internacional”, “Avisos Importantes”, “Avisos y Convocatorias”, “Situación del barco a las 12:00 hrs”, y pasatiempos conformados por “Palabras Cruzadas”, “Crucigramas” y “Problemas a resolver” (en los cuales el o la ganadora, se llevaría un premio consistente en un paquete de tabaco Lucky, una pastilla de jabón o media bandeja de pastelillos -a escoger-). El humor estaba reflejado en “La caricatura de hoy”. Había sección de “Pérdidas y Hallazgos”, “Información General” y, por  supuesto, “El menú del día” en el que no podía faltar café con leche para el desayuno. La alimentación no estaba mal: Potage Saint Germain, filete de arenque, garbanzos, berenjenas, salmón, frutas, confituras. A través del “Diario”, los delegados de los partidos políticos, sindicatos y sociedades convocaban a sus miembros a reuniones periódicas. Los Editores crearon una extraña sección llamada: “Ipanemismos”, así como  Amenidades del Atlántico.

Las noticias internacionales las recibían por radio,  a través de  radiogramas, o por telégrafo.

El “Diario de a bordo” presentó una breve semblanza del Capitán: Comandante  Monsieur Marot, de origen catalán-francés, quien había navegado durante siete años la ruta del Golfo de México. El editor del periódico lo entrevistó al iniciar el viaje y le preguntó ¿Cuánto durará  la travesía? Éste respondió: “Si continúa el tiempo tan apacible como hasta ahora, invertiremos 12 días en atravesar  el Océano Atlántico y cubrir la primera etapa del viaje. Haremos escala en el Puerto de Santo Thomé, en donde estaremos  unas horas para reponer petróleo y agua potable. En el Mar Caribe invertiremos seis días hasta llegar a Veracruz o sea que el total del viaje será de 18 o 19 días; teniendo en cuenta que la velocidad que desarrolla el Ipanema es de 12 o 13 nudos por hora, equivalentes a igual número de de millas.”

El Capitán era un hombre tan afable con los pasajeros que, en las noches estrelladas, les daba explicaciones  de astronomía. Estoy segura de que mi hermano estaría en primera fila; él amaba la astronomía.

El Diario de a bordo nos cuenta :”en cuanto subieron al vapor, les hicieron entrega de toallas y sábanas  que tendrían que devolver al arribar a Veracruz”. ¡Qué diferencia con los campos de concentración! ¡Por fin eran tratados como personas! En varias ocasiones les entregaron: tabaco, papel de fumar y cerillas; pantalones, alpargatas y camisas a quienes lo requerían. Estaban perfectamente organizados; a través del Diario, les informaban: lugar, hora e iniciales de los apellidos para la entrega. Por cierto, en todos los números del “Diario de a Bordo”, exhortaban a los pasajeros  a NO  fumar en los dormitorios para evitar una desgracia. A juzgar por la insistencia del aviso, me parece que los fumadores no hacían caso.

En el Ipanema no había instrumentos musicales, “pero había voces conjuntas, muy bien entonadas”. Al segundo día de travesía, ya se habían formado varios coros: el Orfeó Catalá, Orfeó Gallego  y el Orfeó Vasco. También organizaron un Campeonato de Ajedrez.  A bordo, llevaban varios libros y  el Diario les daba los títulos  en la sección: “Lecturas del Viaje”. Había obra de Voltaire, Blasco Ibañez, Diderot y otros autores.

El Parte Meteorológico daba los pormenores del clima: buen tiempo, cielo abierto, mar ligeramente agitado. El día 14 estaban a 21 grados. A medida que avanzaban hacia América, la temperatura iba subiendo uno o dos grados diariamente. El día 16 estaban a 22 grados; el 17 a 23, el 18 a 26 grados.

Para que los pasajeros pusieran sus relojes en la hora del meridiano, todos los días, a las doce, se hacía un toque de sirena.

Mi hermana, Gloria, recuerda que el océano Atlántico estaba en completa calma y el vapor se deslizaba como si fuera una balsa. El Parte Meteorológico del 17 de junio dice: Ligera brisa del N, cielo claro, horizonte nublado y buen tiempo general. A las 7 de la tarde de ese día, los pasajeros que iban en popa, notaron como un choque violento y el barco empezó a trepidar en forma extraña. Mi hermana me cuenta que hubo un ruido ensordecedor y el movimiento descontrolado del barco era muy desagradable; todos los pasajeros pensaban que algo grave le había pasado al Ipanema.

Las mujeres y los niños estaban muy asustados. La tripulación subía y bajaba revisando todas las áreas del barco.  Los minutos, parecieron horas; nadie sabía lo que había ocurrido. Al día siguiente, el editor del “Diario” solicitó una entrevista con Monsieur Marot, para que explicara lo sucedido. El Capitán  respondió: “A las 19:00 horas de ayer, el vapor chocó contra un objeto no identificado, tal vez un tronco; una de las palas de la hélice tropezó contra un cuerpo duro. El percance no pone en riesgo la nave, ni las vidas de los pasajeros. Como consecuencia, tendremos una pequeñísima disminución en la velocidad y un aumento en la trepidación. La velocidad que perderemos, causará  un retraso de escasamente doce horas hasta Santo Thomé“.

Ante el percance, el Capitán estaba tranquilo o, al menos, eso hizo creer al editor y al pasaje. A partir de ese día, todas las tardes, a las cinco, el Capitán detenía el barco, pues el Ipanema estaba “haciendo aguas”, por lo que la tripulación y los pasajeros varones achicaban el agua que había entrado echándola al mar con cubos (cubetas). El barco había perdido velocidad; iba a 10 nudos por hora y  el que se detuviera, todos los días, ocasionó que hubiera más retraso.Mientras navegaba, el Ipanema no dejaba de trepidar.

Los pasajeros estaban muy nerviosos y desesperados. Tuvieron que ser atendidos por los siquiatras que iban a bordo. Gloria me cuenta que “un día observamos que el mar cambiaba de color. El verde intenso se iba transformando en azul marino y conforme avanzaba el barco, en azul turquesa. La tripulación nos comentó que nos estábamos adentrando en el Mar Caribe.”

El 23 de junio, corría el rumor entre los pasajeros, de que iban hacia la Martinica. El editor pidió hablar con el Capitán, quien le explicó:“Efectivamente, vanos hacia la Martinica, en ese puerto  hay un dique seco en el que pueden reparar la avería. Además, es necesario que los pasajeros descansen de la trepidación constante Yo pienso que tendremos un retraso de 24 horas.”

Llegaron a la Martinica al atardecer del día 24 de junio, pero el barco no pudo entrar en el dique hasta el día  27. Cuando se acercaron al  muelle, innumerables barquitas pequeñas se acercaron; eran los martiniquenses que les ofrecían toda clase de coloridas, olorosas y exóticas frutas tropicales que la mayoría de los viajeros jamás había comido: piñas, zapotes, mameyes, guayabas, mangos; y  vendían unas muñecas negritas con pañoleta en la cabeza y falditas de colores llamativos, con lunares blancos y rojos. Mi hermana se enamoró de una de ellas, pero mis padres no se la pudieron comprar.

El buque entró en el dique para ser reparado. Los pasajeros pudieron bajar a tierra, pero no  salir del puerto pues no tenían permiso de las autoridades; al anochecer, regresaban al barco para dormir. “Ya en tierra, una multitud bien expresiva se acercó a los pasajeros. Les ofrecieron refrescos, frutas, tabaco que vendían o les regalaban. Organizaron conciertos, funciones de cine, bailes…”

Los pobladores de la Martinica eran muy alegres y el recibimiento que les hicieron fue “como  una inesperada verbena española que florecería en medio de la Perla de las Antillas: color, viveza, música, buen sentido, comprensión y amor”, describe el editor del “Diario de a bordo”. Los españoles se integraron a la fiesta; interpretaron jotas, sardanas, tomadas andaluzas. La verbena  duró los tres días que estuvieron ahí.

Mientras esto  ocurría en la Martinica, los fascistas hicieron correr  por el mundo  la noticia de que un “barco rojo “había naufragado. Afortunadamente era mentira, pero los familiares de los pasajeros que quedaron en España y Francia, dieron por buena la noticia.

Al fin terminó  la reparación. Tres días tardaron en  cambiar la hélice.

Al atardecer del día 30 de junio, el Ipanema zarpó; con el pitar de la sirena se despedía y daba las gracias. Los refugiados agitaban las manos y lloraban de agradecimiento; en la isla, los  martiniquenses los  despedían agitando pañuelos de colores, llorando y gritando: -¡¡¡Bon voyage!!! ¡¡¡Bon voyage!!! De pronto, se escuchó un golpazo… el vapor había encallado en un banco de arena. De inmediato, salieron del puerto varios barcos-remolque que iban en su auxilio, pero su ayuda fue infructuosa; sólo la pericia del Capitán y su tripulación logró sacar el  vapor del banco de arena y el Ipanema, por fin, se hizo de nuevo a la mar.

Con un gran sentido del humor, los refugiados, inventaron una canción para narrar los sucesos:

“Se nos ha roto la hélice

y hemos embarrancado;

pero nuestra buena estrella

nos lleva sanos y salvos.”

¡¡Qué espíritu!!

El buque estaba reparado, recuperó su velocidad inicial y dejó de trepidar. ¡Lo estaban consiguiendo!

El Ipanema tenía que ir, por fuerza, a la isla Santo Thomé, pues debía abastecerse de petróleo y agua potable y de ahí, a Veracruz. A medida que se acercaba a México, la temperatura  iba aumentando: el 6 de julio ya estaban a 31 grados.

En el Ipanema empezaron los preparativos para el desembarco; los pasajeros  debían hacerse cargo de su equipaje, tener a mano los documentos migratorios, los pasaportes y todas sus pertenencias. Se les entregaron las instrucciones explicando lo que debían hacer para el desembarco y la estancia en el Puerto de Veracruz. También  se les dio un aviso para que “recogieran todas  las  sábanas y mantas que tenían extendidas en el suelo o en forma de tienda de campaña y que  las restituyeran a las literas, pues algunos pasajeros, al iniciar el viaje, las subieron para descansar al aire libre. Es preciso quitarle al barco esa sensación de campamento que ha tenido durante la travesía”.

Ya estaban muy cerca de Veracruz, cuando  el destino les dio otra sorpresa: el 6 de julio, nació, el hijo del periodista Antonio Bravo a quien pusieron por nombre Lázaro, en agradecimiento al General.

Al día siguiente, los pasajeros escucharon la palabra tan esperada: “¡¡¡Tierra!!!! ¡¡¡Tierra!!!.” El viernes 7 de julio de 1939 estaba cayendo la tarde, cuando el vapor Ipanema arribó al puerto de Veracruz. El generoso pueblo mexicano, con los brazos abiertos, recibía a 998 refugiados españoles. El sábado 8 de julio -a partir de las 8 de la mañana- se realizó el desembarco, en perfecto orden.

El editor nos dice que las primeras palabras  mexicanas que escuchó  fueron: “Esta es su casa; aquí tendrán trabajo y Libertad”. Y yo agrego: “¡Gracias, México, por tu GENEROSIDAD!”

Azucena Rodríguez Fernández

Ciudad de México a 1 de julio 2019

Fuente de información: Los barcos de la Libertad. Diarios de viaje. Sinaia, Ipanema y Mexique (mayo – julio 1939), El Colegio de México, México, 2006.

Testimonios familiares de: Marcial Rodríguez González, Gloria Fernández  Brossoise y Dra. Gloria Rodríguez de Álvarez.