Con gusto les compartimos dos textos breves de Rosa María Seco, vocal del Patronato del Ateneo y querida amiga.
Esperamos sean de su agrado.
Hilario
—¿Me dice usted que en este momento no puede tomar el teléfono?… y entonces, ¿a qué hora sugiere que vuelva a llamar? — pregunté escuetamente y en el tono más amable posible. Hube de callar lo que en realidad quería expresar: me urge hablar con él para decirle que lo recuerdo, que es una lástima estar tan lejos, que las pocas ocasiones en que hemos convivido han dejado huella; que siento una alegría desbordada cuando pienso en él y que, aunque parezca increíble, dada la poco o nula cotidianidad que hemos tenido en más de setenta años, lo quiero.
—Pues mire, búsquelo en una media hora …a ver si se puede.
Y sí, sí se pudo. Tuve que gritar por el teléfono pues a sus noventa y seis años ha perdido la facultad de oír plenamente, pero logramos entendernos. Le dije:
—Soy Rosita, de México—, y preguntó:
—¿Y tu padre?
Dudé la respuesta porque mi padre llevaba muerto treinta y cuatro años, pero no tardé más de un par de segundos en reaccionar:
—Está bien.
Enseguida volvió a preguntar:
—¿Y tu madre?
Ella había muerto hacía cuatro años, pero seguí la misma lógica anterior y dije:
—Bien también.
Él, con voz mucho más firme cuestionó:
—¿Pues no se habían muerto? —
Nuestra conversación fue corta pero con sustancia. Dijo estar bien, aseguró acordarse de mí con frecuencia y me pidió saludar de su parte a Tomás, mi marido, y a Feli y Paco, mi hermana y cuñado. A mi vez, le hice saber de las muchas veces que pensaba en él y le recordé nuestro último encuentro, hacía unos diez años, donde le había propuesto escribir su vida y lo había animado a grabar sus recuerdos. Le pregunté si había hecho la tarea y dijo que no.
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Veracruz
Veracruz trae a la mente su mar crespo y gris, su cantar jarocho —mezcla de aires españoles con influencia de ritmos africanos—, sus jaranas y requintos, sus marimbas, sus arpas y violines, su huachinango a la veracruzana y su café de la Parroquia, lugar obligado de reunión. Pero sobre todo ello, a mí me evoca —y emociona— la imagen del Veracruz del año 1942 cuando llegaron mis padres y hermana huyendo del franquismo y el nazismo en Europa. Imagino a los tres bajando por la pasarela del barco portugués Nyassa, henchidos de ilusión al tocar suelo veracruzano y sorprendidos por los colores y los olores de su nuevo mundo. Allí fueron recibidos con vítores y aclamaciones por los lugareños que, con su hospitalidad, tornaron el miedo y la incertidumbre, que los había acompañado desde la salida de España en 1939, en una ventana de esperanza.
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