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EL OCASO DE LA MONARQUÍA(I)

Marisa Hernández Ríos *

El domingo 14 de abril se celebró un aniversario más de la segunda república española. ¡Cuánto se ha escrito y queda por escribir como homenaje a una de las grandes conquistas —que pudieron serlo— en cuanto a derechos políticos, sociales, históricos y culturales de los españoles! Aunque sea de una manera discreta, por su escueta difusión en los medios, al menos algo llega, sobre todo a esas nuevas generaciones que, sin memoria, están tremendamente necesitadas de conocimientos históricos de un pasado muy reciente. A muchos nos entristece que la república ni siquiera pudiese llegar a la mayoría de edad, ya que desde su propio nacimiento se hizo demasiado por impedir su crecimiento positivo. ¡Y con tanto que tenía que aportar!

    Tanta mente y alma han puesto muchos españoles llenos de esperanzas en los 82 años de esta fecha, que permite que la desmemoria no se instale totalmente sobre un momento de la historia de España que pudo marcar un futuro muy distinto al que hoy vivimos. ¿Mejor, peor? No sabemos ciertamente, pero podríamos intuir qué derroteros se habrían seguido, podríamos especular sobre la diferencia respecto de acontecimientos graves que se vivieron en la historia pasada y, por supuesto, valorar lo que podría haber ocurrido en la historia presente.

    Día festivo este 14 de abril, al caer en domingo permitió poner de manifiesto a esa sociedad española que a duras penas podía, en los inicios de la transición democrática, después de una dictadura represiva nacional-católica, aceptar una monarquía que en este caso no fue impuesta “por la gracia de Dios” sino “por la gracia de Franco” —quien vislumbró la continuidad de su régimen en la monarquía que instauraba nuevamente a los borbones en el poder.

    Acontecimientos como el frustrado golpe militar del 23 de febrero de 1981, que pudo suponer una vuelta atrás del sistema democrático y la anulación de los muchos derechos presentes en la recién nacida constitución española —norma suprema del ordenamiento jurídico de España y máxima que rige a los poderes públicos y a los españoles desde su entrada en vigor el 29 de diciembre de 1978—, pusieron al rey Juan Carlos en una posición totalmente privilegiada ante un pueblo expectante, lleno de temor, que atendía en la televisión pública (totalmente controlada) a los movimientos de los principales actores de la intentona golpista, y que entendió sin más preguntas ni más sospechas que el rey se constituía a partir de este momento como el nuevo salvador del estado de derecho. Buena estrategia en un posible juego a dos cartas y con un apoyo de la mayoría de las fuerzas políticas, institucionales y económicas del país.

    Muchas de sus acciones durante décadas siguientes de la democracia le granjearon un respeto mayoritario de una sociedad que iba definiéndose poco a poco no como monárquica sino como “juancarlista” —claro que sin transparencia en la información sobre muchas de las realidades de su majestad, y que se articuló desde sus inicios y sus momentos previos, aún en el periodo franquista, en pro de la puesta de largo de la monarquía en el proceso de transición democrática desde diversos ámbitos de poder (del político al religioso pasando por los relacionados con los medios).

    Hoy, ya cumplida esa entrada en la tercera edad por parte de esa república abortada por los golpistas de 1936, nuevos aires comienzan a sentirse en esa España de tradiciones políticas impuestas, pues muchos de los españoles, necesitados de opinar, de ser escuchados, se han manifestado en numerosas ciudades y pueblos del país, al tiempo que muchos de ellos han sido protagonistas de los más de cien actos convocados para conmemorar esa esperanza frustrada que pudo cambiar la historia de España y que siempre nos quedará en la memoria de muchos desde dentro y desde fuera del país, para reivindicar algo que pudo ser y no ha llegado a ser, ni antes ni ahora.

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