por: Ernesto Garcia Camarero del Ateneo de Madrid

El Ateneo de Madrid, ese foro de ideas, ese recinto lleno de deseos de cambio, ─nacido hace doscientos años, con el nombre de Español, cuando había que defender la democracia gloriosamente enunciada en Cadiz y restaurar la ilustración y el librepensamiento perdidos en una, como todas, nefasta guerra─, se exilió en 1949 en México. No se fue el viejo caserón, que quedó en Madrid vacío de personas y de ideas, sino su espíritu encarnado en los cientos de republicanos que huyendo del desastre encontraron una nueva y fecunda tierra donde transplantarse.

No era la primera vez que el Ateneo se exiliaba, también lo hizo en 1828 cuando se instaló en Londres. Esta vez huyendo de los cien mil hijos de San Luís, llamados por el rey felón para acabar con la primera Constitución española y restaurar una tiranía cuyas secuelas tardaron mucho tiempo en superarse. Tal vez aún queden algunas. Los ateneísta exiliados en Londres, agrupados por las ideas y las esperanzas de retorno, crearon en la capital británica un ateneo en el exilio con la denominación de Ateneo Español. Se trataba de mantener y proteger las ideas de democracia, librepensamiento e ilustración ─perseguidas de forma violenta en la península ibérica─ esperando el retorno para volver de nuevo a plantarlas.

En este panorama de exilios encontramos en la palabra de Leon Felipe ─sorprendido, dolido pero con esperanza─ el reflejo del sentido itinerante de su propia vida:

Español del éxodo de ayer
y español del éxodo de hoy…
Allí no queda nada.
Allí no hay nadie ya…
quédate aquí y aguarda.
¿Adónde quieres ir?
¿Otra vez a conquistar tu patria?
Españoles,
españoles del éxodo y del llanto:
levantad la cabeza
y no me miréis con ceño
porque yo no soy el que canta la destrucción
sino la esperanza.

Pero pasaron los años y con esfuerzo se buscaba la paz, la palabra y la democracia. Todo un siglo se tardó, de guerras, exilios e ignorancias. Carlistas y liberales, ultramontanos y librepensadores no se ponían de acuerdo. La reina niña y adulta empeora mas las cosas hasta que a París se marcha. Ni la septembrina gloriosa, ni la efímera primer república, pudieron arreglar los asuntos. El Borbón fue regresado y, con él, la guerra en Cuba y también en el Rif africano.

Mientras tanto ¿el pueblo dónde estaba? Estaba segando las mieses y en las minas enterrado, y en fábricas y talleres con sus manos laborando,… pero también estudiaba la mejor forma de hacer una mejor España para todos: con pan, escuela e ilustrada y que la ciencia rompiera ortodoxias autoritarias. Y cuando todos creían que lo negro se acababa con una nueva república, vimos que todos erraban, pues las manos de a quien dimos para nuestra defensa armas, las usaron contra el pueblo de forma dura y cruel, y con mucha mala saña, ayudados por los moros, los italianos y los bárbaros. Cientos de miles de muertos en las cunetas quedaron y media España fue obligada a huir de la otra media España, y la ciencia y la cultura también fueron emigradas.

Pero ¿que querían los que tanta saña usaban? León Felipe así nos lo relata:

Quieres
que le devuelvan la sotana al cura,
que tapien otra vez el cementerio
y que pongan de nuevo las campanas
en la torre partida de tu pueblo.
Quieres
que ya no se blasfeme,
que amordacen a todos los blasfemos,
que no lloren ni griten los poetas,
que se guarden todos los pañuelos
y que te toque el organillo
el antiguo cilindro zarzuelero.

Leon Felipe, poeta errante y emigrante, símbolo del destierro español, fue testimonio del éxodo de una España perseguida por la otra que, cruzando tierra extraña y navegando los mares, buscaba donde con paz asentarse. Y así nuestro poeta nos habla de las dos Españas:

Hay dos españas, la del soldado y la del poeta.
La de la espada fratricida y la de la canción vagabunda.
Hay dos españas y una sola canción.
Y esta es la canción del poeta vagabundo:
Franco, tuya es la hacienda,
la casa,
el caballo,
la pistola.
Mía es la voz antigua de la tierra.
Tú te quedas con todo y me dejas desnudo y errante por el mundo…
más yo te dejo mudo…
¡Mudo!
Y, ¿cómo vas a recoger el trigo
y a alimentar el fuego
si yo me llevo la canción?

También nuestro poeta fue testigo del exilio en México del viejo Ateneo madrileño. Su heredero, el Ateneo Español de México, guarda las esencias de la España desterrada y entre sus paredes conserva un archivo de emociones y papeles que recuerda capítulos heroicos de nuestra reciente historia. Este Ateneo Español, fundado en la capital azteca, nace en 1949 protegido por el presidente Cárdenas y por el escritor mexicano Alfonso Reyes, inicia sus tareas bajo las sucesivas presidencias de Joaquín D’Harcourt, de José Puche,… y de otros presidentes que siguieron realizando cientos de actividades durante setenta años, hasta llegar a nuestros días con la presidencia de Ernesto Casanova. León Felipe se dio a conocer en el Ateneo de Madrid en 1920, y una de las primeras actividades del Ateneo Español de México fue, precisamente, una disertación de León Felipe el 8 de noviembre de 1949 sobre “El Canto del Hombre”.

Terminemos estas palabras con unos versos de nuestro poeta en los que expresa, con palmaria nitidez, su sentido grito contra la impostura y el cinismo:

La verdad es que cuando Franco,
el sapo iscariote y ladrón,
con su gran escuadrón de cardenales y banqueros
se atrevió a decir que la guerra de España era
una “cruzada religiosa” y que Dios estaba con ellos…
al poeta le entraron unas ganas irrefrenables de blasfemar.

Dejando así claro a cual de las dos Españas pertenece León Felipe: ¿a la “del poeta doméstico y retórico…” o la “del poeta prometeico, heroico y revolucionario”?.

León Felipe retratado por Elvira Gascón