Como es de su conocimiento, la semana pasada se presentó en el Colegio de México el libro del ingeniero Fernando Rodríguez Miaja:Testimonios y remembranzas. Mis recuerdos en los últimos meses de la guerra de España (1936-1939)

    Compartimos con ustedes el texto que leyó la Dra. Lourdes Franco Bagnolus, Coordinadora  del Seminario de Edición Crítica de Textos del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM y miembro del Sistema Nacional de Investigaciones (SNI). 

Presentación de Testimonios y remembranzas:

El primer párrafo del libro de Fernando Rodríguez Miaja no puede ser más claro y contundente: Una fecha, una fecha decisiva, la de la derrota del proyecto republicano en la España del siglo XX, y el principio de la leyenda, el comienzo de la esperanza por una patria libre y democrática: 29 de marzo de 1939, ¿la hora? Las 10 y 35 minutos de la mañana, momento que marcó la salida del territorio español del militar probo que entregó lo mejor de sí a la defensa, trinchera por trinchera, barrio por barrio, calle por calle de un Madrid heroico que supo aguantar el hambre, la muerte y el desgarramiento de las familias; ese Madrid destruido por los bombardeos, pero fortalecido por el espíritu. Con esa precisión, con esa contundencia quien fuera el secretario particular del general José Miaja Menant recuerda, evoca, y “desface entuertos” en este libro que no sólo pretende hacer precisiones, y enmendar errores; las páginas de Testimonios y remembranzas logra, gracias a la veracidad con la que está narrado, restituir a la figura del general Miaja la diafanidad a la que es sin duda merecedor y que en ocasiones la mala fe, y en otras simplemente la ignorancia y la abulia con la que los historiadores abordan su tarea ha vuelto confusa, e incluso, contradictoria.

A lo largo del libro hay ciertas fechas emblemáticas que, como la primera que hemos mencionado, tienen un valor capital en la secuencia trágica de la contienda que habría de echar por tierra los sueños de quienes en 1931 se dieron a la tarea de construir una España moderna y liberal. Una de esas fechas es el 7 de noviembre de 1936 que iniciaba —cito directamente del libro porque resulta imposible sin demérito una glosa—: “el día 7 de noviembre de 1936 se iniciaba la heroica defensa que el pueblo madrileño haría de su ciudad, ante el asombro del mundo, y que se prolongaría hasta fines de marzo de 1939, al concluir la guerra”. Otra fecha más resulta insoslayable: el 1 de abril de 1939 en la que se publica en Burgos el parte de conclusión de las hostilidades.

Entre estas tres fechas marcadas se encuentra ubicada la labor de rectificación emprendida de manera tan clara y contundente por Fernando Rodríguez Miaja; es de llamar la atención la claridad y precisión con la que el cabo de tantos años puede el autor narrar los hechos eligiendo siempre la palabra justa y el juicio coherente que da luz a la Historia, manteniendo siempre el discurso dentro de los parámetros precisos del investigador científico, objetivo y pulcro, sin matices partidistas ni banderas encontradas, acaso un cierto dejo de sarcasmo parece dotar al estilo de un matiz por demás sutil, que bien pudiera pasar desapercibido. Véase simplemente a manera de ejemplo el siguiente párrafo: “los crímenes en nuestra zona fueron cometidos por individuos sin ningún control, y sin que el gobierno contara con los elementos coercitivos para impedirlos. En la zona contraria, los crímenes fueron cometidos por la autoridad que se sublevó y por las personas ‘educadas’ y ‘gente bien’ que apoyaban la sublevación y se constituyeron en poder supremo y absoluto”.

Heroico resulta el ejercicio de narrar sin que la pasión en el lenguaje se desborde ante hechos tan terribles y tan cercanos al autor como la detención de la familia del general Miaja en el penal de Victoria Grande en Melilla.

Precisamente uno de los mayores méritos que posee el libro es su objetividad, su precisión, y ante todo, esa inalterabilidad que imprime su autor al discurso, lo que convierte Testimonios y remembranzas en un documento veraz y fidedigno, indispensable para justipreciar actuaciones, hechos y circunstancias que marcaron de manera indeleble las postrimerías de la Segunda República española. A pesar del título, que de entrada parecería constreñir su proyección al ámbito cerrado de las reminiscencias personales, este texto será pieza indispensable para cualquier investigador que pretenda acercarse con seriedad a este episodio trágico de la Historia moderna de España.

En los últimos tiempos varios pensadores de renombre se han dado a la tarea de desentrañar los meandros de la memoria y precisar las relaciones que ésta tiene con la historia. Entre los más importantes está Paul Ricoeur quien afirma: “si vuelve un recuerdo es que lo había perdido; pero sí, a pesar de todo, lo vuelvo a encontrar y lo reconozco, es que su imagen había sobrevivido” (La memoria, la historia y el olvido, 551). Difícilmente Fernando Rodríguez Miaja ha perdido alguno de sus recuerdos, acaso los había reservado en lo más hondo de su corazón y su conciencia en aras del trabajo diario y de las múltiples tareas que lo ocupan. Pero acuciado por la inaplazable necesidad de contar su verdad, la auténtica, la desapasionada verdad de los hechos irrecusables, ha vuelto a tomar la pluma en esta segunda edición de su libro y ha narrado, sin rencor y sin rabia para con los malintencionados, sin soberbia para con los ignorantes, cómo y de qué manera vivió él, al lado de su jefe, los momentos más dramáticos y decisivos del final de la Guerra Civil.

La memoria había sido considerada hasta hace poco tiempo una fuente poco confiable en la construcción de un estudio histórico serio. Se pensaba que la Historia —con mayúscula—debía formularse con datos duros, con documentos fidedignos, pero que los diarios y los recuentos personales no podían abonar a esta, material enteramente confiable. Hoy, las cosas han cambiado. Peter Burke en un artículo titulado: “La nueva historia, su pasado y su futuro” lo precisa: “[la memoria], —dice— rechazada en otro tiempo por trivial, está considerada ahora por algunos historiadores como la única historia auténtica, la historia con componente humano”  y de nuevo Paul Ricoeur abunda: “la memoria busca la fidelidad, mientras la historia persigue la verdad” pero yo agregaría: ¿cómo hallar la verdad si primero no se es fiel a los acontecimientos?”.

Precisamente las reflexiones siguientes a propósito del libro de Fernando Rodríguez Miaja van en este tenor: la fidelidad como condición sine qua non para construir la Historia con mayúsculas.

Fernando Rodríguez Miaja combina a la perfección historia y memoria: es decir, datos duros y memorística evocación. Su amplio conocimiento del Quijote le permite hallar la cita precisa para ejemplificar cuál ha sido su proceso mental interno al concebir este libro; Dice Cervantes: El poeta puede cantar o contar las cosas, no como fueron sino como debían ser; y el historiador las ha de escribir, no como debían ser sino como fueron, sin añadir ni quitar a la verdad cosa alguna”.

A pesar de este prurito que mantiene incólume la ecuanimidad del testimonio de Rodríguez Miaja a lo largo del libro, no podemos soslayar la existencia de una aporía, puesto que esa verdad histórica expresada con tal claridad y precisión, con tanta seguridad y contundencia ha pasado también por el tamiz de la memoria y de sus distintos procesos de recuperación. Puede decirse que este libro ha nacido a pesar de su autor que no cree en la importancia de la autobiografía más allá de su valor como documento literario. Y sin embargo, mucho de autobiográfico tiene el libro y en este factor estriba principalmente su gran valía; pues a pesar de los esfuerzos de Fernando por convencer acerca de la objetividad e imparcialidad con la que se han vertido las aclaraciones sobre los hechos sucedidos en aquellos terribles días de 1939, se escapan aquí y allá, especialmente a partir de “Anecdotario y otras cosas” los recuerdos personales, aquéllos en los que el sujeto y no el hecho, juegan el papel principal: ya tendrán ustedes oportunidad de leer el capítulo XLI, por ejemplo, que principia nada menos que con la imagen de un jovencito armado de un violín que marcha entusiasta a su clase de música por las calles de Oviedo —esa Vetusta milenaria de la novela de Clarín—.

Insiste Fernando una y otra vez en el carácter no literario —entiéndase, no ficcional de su libro— lo cual a mí me ha puesto en un predicamento epistemológico, pues precisamente las armas de que me valgo en mi especialidad, que es precisamente la literatura, esto es, el discurso ficcional y en ella la participación que la realidad histórica tiene, pero siempre entendida ésta como ancilar al discurso literario, tienen que ver con la ficción y no con la contundencia histórica de la narración inamovible de los hechos. Mi campo es precisamente el que Rodríguez Miaja rechaza sistemáticamente: el de lo posible frente a lo incontrovertible. Sin embargo creo que he podido hallar un punto de equilibrio que se centra en la figura del General José Miaja Menant.

Sé que me arriesgo a sufrir el desconcierto y decepción del autor de Testimonios y remembranzas quien esperaba que el conocimiento que he adquirido sobre la Guerra Civil Española a través de mi interés en dar a conocer a los alumnos de la Facultad de Filosofía y Letras la novelística generada en torno a este hecho, abonara a favor de su obra.

Sin embargo, esté o no su autor de acuerdo conmigo, creo que uno de los grandes aciertos de este libro es su carácter ecléctico gracias al cual conviven armónicamente tanto la historia como la memoria, el discurso científico y la construcción autobiográfica pero, por encima de todos estos —que no son méritos menores— sobresale a lo largo de todo el libro una figura en construcción, un personaje histórico, sin duda alguna, pero también literario puesto que está construido a partir de un discurso autonómico con sus propios valores y características.

Mijail Bajtin instauró en el ámbito de la teoría literaria el término “Polifonía” para explicar todas las facetas y aristas que intervienen en la construcción de un personaje dentro de una obra de ficción; sin ser éste el caso, la metodología puede aplicarse sin desdoro de su verdad histórica.

Hay, en la figura siempre apasionante del general Miaja —apasionante digo precisamente porque en su riqueza se ha prestado a múltiples equívocos que provienen de la ignorancia o de la mala fe— varios aspectos a considerar: en primer lugar, el oficial, el de su actuación en los diferentes puestos que desempeñó a lo largo de la contienda. De acuerdo con los distintos pasajes que Fernando Rodríguez Miaja rescata en este sentido, la cualidad que más destaca es la de la valentía: la necesaria para salir a la calle sin protección, o bien para acercarse a las trincheras y enfrentarse a sus propios hombres pistola en mano, cuando su lugar estaba en el Cuartel de mando, sí, pero también valentía para asumir que primero estaba el deber impuesto por la República que la liberación de su propia familia, también no es desdeñable la valentía que esgrimió para enfrentar a los distintos actores del conflicto, tanto en el bando enemigo como en el propio,  o la que hubo de necesitar para ocultar su tragedia interior tras las páginas de una intrascendente novela policiaca en el vuelo que lo alejaría para siempre de la Patria, valentía, en fin, para vivir oscuramente en el exilio los últimos años de su vida.

La probidad es el segundo valor en juego. Los distintos documentos oficiales y juicios de gente involucrada directamente en la contienda que su sobrino y autor de Testimonios y remembranzas aporta no dejan lugar a dudas: el general Miaja fue diáfano como la luz, leal y honrado en cada episodio que le tocó vivir. Especialmente difícil fue el asunto del golpe del general Segismundo Casado hacia el final de la guerra en contra del gobierno de Negrín; pese al propio testimonio de Casado, el autor que hoy nos convoca logra probar fehacientemente que el General José Miaja nunca participó ni de la intriga, ni de la ejecución del golpe; posteriormente, sí, asumió el papel que las circunstancias ameritaban más como un deber para con la Patria que como un acto de complicidad o sujeción con el general golpista.

Pero más allá de la figura histórica, está el hombre de carne y hueso, aquel que, sumido en un sillón, con un telegrama en la mano donde un amigo le comunicaba el encarcelamiento de toda su familia en Melilla, sopesa y pondera en silencio por cuál ruta habrá de transitar y cuáles serían las medidas a adoptar. O aquel que pide una faja de lana que paliara un poco los cólicos que padecía, o también el que, despojado ya de toda investidura gubernamental, tenía que lavar cada noche la escasa ropa interior que poseía y con la que enfrentaba exiguamente los primeros días del exilio.

Un adjetivo “bonachón” aplicado a su jefe y tío expresado por uno de los más reconocidos historiadores extranjeros que se han ocupado de la Guerra Civil Española, Hugh Thomas, graduado en Cambridge y en la Sorbona de París, logra desquiciar a Rodríguez Miaja: ¿Cómo puede aplicarse tal calificativo —dice con razón— a un hombre que es capaz de enfrentarse a sus mismos hombres, pistola en mano para impedir la desbandada en los momentos más decisivos para la capital española? ¿Cómo se puede tildar de “bonachón” a un hombre que se niega a abandonar a la República a su suerte aun sacrificando, como Abraham, a su propia familia?

Si no dudoso, por lo menos débil sería un retrato del general en el que la única voz testimonial fuera la del propio autor de este libro dada la cercanía de parentesco y la afinidad que se estableció entre ellos desde que Rodríguez Miaja era un joven audaz y decidido. La paciente labor reconstructiva no queda sólo en las manos de su sobrino, en su ayuda acuden juicios perfectamente autorizados de ese pasado sangriento, convulso, esperpéntico y carnavalesco que marcó a España para siempre. La voz de José Asencio, Subsecretario de la Guerra durante el gobierno de Largo Caballero abona en pro de la construcción heroica que del General hace el autor de Testimonios y remembranzas: “Celebro —dice Asencio en carta al general Miaja— que el gobierno haya reconocido tus méritos (se refiere a la entrega de la Placa Laureada de Madrid, máxima distinción otorgada por la República) y las difíciles circunstancias que en tu actuación has encontrado”.

Fernando recurre también a la oración fúnebre leída ante la tumba del General por el coronel Vicente Guarner: “de llaneza brusca y sincera se hacía siempre querer y sobre todo respetar de sus subordinados […] ponía, a pesar de su benévola bondad su enérgico celo en el desempeño de sus misiones militares.”

La propia voz de Miaja Menant contribuye no poco a su favor a través de un discurso pronunciado en México en un aniversario de la defensa de Madrid; ese discurso rezuma prudencia, tacto, capacidad organizativa y serenidad.

Pero aún sin palabras se vierten juicios valorativos sobre el General; tal es el caso de los pilotos españoles refugiados en Orán quienes espontáneamente, al tener a la vista al defensor de Madrid, formaron valla en su honor cuando ya ningún protocolo era necesario.

Con todos estos elementos podemos aventurar una síntesis que recoja, a partir del ejercicio escritural, una figura reconstruida con base en los múltiples testimonios de aquel hombre mítico ya, que defendió Madrid con la convicción y la certeza de que ahí estaba cifrada la misión de su vida.

Después de leer Testimonios y remembranzas surge perfectamente delineada la figura del general José Miaja Menant, hombre decidido, leal, inteligente, honorable, eficaz, adusto, sencillo, responsable y capaz que supo adaptarse con inteligencia a las vicisitudes que la vida le planteó; conforme con su suerte, seguro de sí mismo, pudo lo mismo remontar las escalas de la heroicidad que sufrir los meandros de la derrota. Estratega aguzado, buen jefe, padre responsable, servidor leal, hombre de convicciones firmes y militar disciplinado pasará a la historia revitalizado por este testimonio de amor que encierran las páginas del libro de Fernando Rodríguez Miaja.

Lourdes Franco Bagnouls.

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