Lamentamos el fallecimiento de Regino Díaz Redondo el pasado 31 de diciembre en Madrid, España.

Compartimos con ustedes esta bella nota que escribió al respecto Carmen Tagüeña Parga, presidenta emérita de nuestra asociación:

Regino Díaz Redondo, conocido periodista mexicano, ha fallecido el 31 de diciembre de 2017 en Madrid, donde residía desde hace algunos años. La Mesa Directiva y los asociados del Ateneo Español de México deseamos comunicar nuestro pesar, a la vez que nuestro agradecimiento por el apoyo que nos dispensó durante varios años.

En recuerdo de su madre, Juana Santacruz, Regino Díaz Redondo patrocinó durante 25 años el Premio Juana Santacruz de cuento corto, una actividad muy enriquecedora y gratificante para los amigos del Ateneo. Año tras año, un jurado compuesto por tres escritores leía todos los cuentos recibidos y elegía un ganador y, en algunas ocasiones,  también las menciones honoríficas.

A veces el cuento ganador era una “opera prima” y, otras veces, se confirmaba la capacidad de alguien ya consagrado. Los temas fueron variados y en muchas ocasiones reflejaron la actualidad de nuestro país, como es el caso del último cuento premiado: Las vías del tren, que describe la violencia que nos rodea.

Teníamos el proyecto de publicar en un libro los 25 cuentos ganadores y estábamos en la búsqueda de algunos de los que no conservamos copia. Por tal motivo, estábamos en correspondencia con Regino.  Justo en mi último correo le preguntaba cuál de los dos hermanos que salieron caminando con su madre de España era él. Me refería con esto al libro de Juana Santacruz, Este árbol es la libertad, que describe la historia conmovedora de los ocho años que vivió en la España franquista con sus hijos, quienes al terminar la Guerra Civil tenían cuatro años y dos meses y medio.

Juana Santacruz era una mujer de cualidades excepcionales, inteligente, valerosa y culta, que logró sortear la adversidad gracias, precisamente, a su preparación. Finalmente, después de muchas peripecias salieron caminando de España detrás de un guía, que también se jugaba la vida.

“No se veía a nadie ni a nada. Era un silencio sepulcral que helaba la sangre… Así llegamos a una explanada de unos 200 metros o más sin un árbol y donde la luna se reflejaba como en un espejo. No había más remedio que cruzarla y después vino la parte más difícil que fue atravesar riachuelos de montaña poco profundos pero con corrientes impetuosas y muy frías….” A las cuatro horas y medio de camino llegaron a un lugar que empezaba un bosque no muy espeso. “Después de andar unos diez minutos, nos dijo el guía ‘aquel árbol ya es Francia’. Al oírlo mis hijos se echaron a correr, se abrazaron al árbol y dijeron ya somos libres y a ti mamá ya no te puede hacer nada malo Franco”.

Por cierto, Regino me contestó que él era el hermano mayor.

Querido Regino, descansa en paz.