En comparación con el alto numero de dibujantes y pintores españoles que hallaron refugio en México, fueron pocos los escultores transterrados. Nunca son exactas las estadísticas, pero a falta de mejores datos, se pueden citar el censo clasificatorio del SERE, que en 1939 registran cuatro escultores o el libro de Carlos Martínez, que incluye nueve. En algunos casos, como el de Victor Macho -uno de los mas importantes artistas españoles del siglo XX-, su estancia en México fue breve. Otros por lo contrario y un ejemplo es Julián Martínez, llegaron muy jóvenes y de echo se formaron aquí. Algunos, y entre ello destaca Giménez Botey, se dedicaron también a la pintura. Y no falta arquitectos que incursionaron en el campo escultórico, como es el caso de los Azorín, autores del proyecto y dirección del monumento a Lázaro Cárdenas en el Parque España (1974).

A pesar de las grandes dificultades que impone su particular medio de expresión, y de las condiciones socio económicas del mundo contemporáneo, los escultores españoles transterrados lograron llevar a cabo una obra que se integra al más amplio contexto de la plástica mexicana.

Las influencias recíprocas, siempre existentes y deseables, pasan mucho más del lado mexicano -como era lógico esperar, dada la situación de la escultura española hacia los años treinta- y en todo caso lo que se observa de nuevo es una fuerte tendencia común, y universal, hacia las formas abstractas.

En el caso de los escultores españoles en México, el nuevo horizonte americano les abrió amplias posibilidades. Se puede observar así un variado espectro de inspiración que va desde el realismo tradicional, hasta las tendencias expresionistas o abstractas, de un Rodin o un Maillol a un Henry Moore, con la diferencia de que en México este mosaico multisecular se acrecienta y enriquece con la cultura prehispánica.

Referencia bibliográfica: Escultura, Arturo Souto, El exilio español en México 1939-1982.